23 de septiembre de 2014

Como un pájaro

Odio todo lo que tenga que ver con despegar los pies del suelo -ya sea por mar o por aire- así que odio volar, aunque por suerte he superado bastante mi miedo a los aviones (porque hubo una época en que entraba en pánico con la mínima turbulencia). Sin embargo, la crisis de los 25 (o lo que sea) y las ganas de vivir una experiencia inolvidable me embarcaron en un viaje de altura.

Como (casi) todos los viajes memorables, surgió de una proposición a la que las amigas nos apuntamos sin darle muchas vueltas. Oye, ¿no os gustaría hacer parapente? ¡Sí! ¡Eso hay que hacerlo al menos una vez en la vida! Así que, tras unas búsquedas en Groupon, concertar una fecha, ponernos de acuerdo en la altura de la que saltaríamos y reservar un albergue la noche anterior al viaje, nos fuimos hacia el Valle del Tena para hacer parapente (que, dicho sea de paso, no teníamos muy claro ni cómo funcionaba).


Haríamos el descenso desde Panticosa a las 9 de la mañana, por lo que dormimos en Biescas (para que el madrugón no fuera tan duro -aunque sí lo fue...). Hasta la noche anterior no fui consciente de lo que iba a hacer (al contrario que mi padre, para el cual estaba loca) y al acostarme comencé a pensar en todo lo que no sabía sobre el parapente: ¿te tiras al vacío desde un precipicio? ¿lleva un motor? ¿tienes que correr? ¿hará daño al aterrizar? y, la peor pregunta de todas: ¿qué pasa si algo sale mal? A la mañana siguiente aquellas dudas y miedos se habían multiplicado y habían adoptado la forma de unos nervios/estrés/ganas de hacer pis/carne de gallina/calores de hiperventilación que fueron acrecentándose conforme nos acercábamos al punto de encuentro. Ay, ay, ay... ¿En qué nos hemos metido? Cuando los monitores llegaron en su 4x4 para subirnos hasta la montaña de la que despegaríamos yo pensaba que nada me podría calmar, así que empezamos a hacer bromas y todo tipo de preguntas (algunas estúpidas y otras muy pertinentes, que conste) conforme subíamos. Unos 40 minutos después llenos de baches y aplastamiento en el coche, disfrutando de las vistas, solo podía pensar "Si el paisaje es bonito desde el coche, va a ser una pasada desde el cielo". Y los nervios se me quedaron en el camino.

Feliciana al poco de despegar
Hasta que llegamos. Bajaron las velas o alas (o como se llame) y empezaron a desplegarlas en una pendiente (por suerte no demasiado pronunciada) mientras nos explicaban cómo iba a ser el despegue. Tenéis que correr todo lo que podáis colina abajo, y alzaremos el vuelo muy suavemente. ¿¡Correr lo más deprisa que podamos!? ¿¡Y si resbalo por la hierba mojada y me caigo!? Entonces yo te ayudaré a levantarte rápido (respuesta que no me tranquilizó tanto como el monitor esperaba). Nos ponen los arneses, un casco (que yo pienso, ¿para qué? si te la pegas el casco no hace nada y si no te la pegas pareces un paleto en las fotos), una mochila y te atan a la vela. Ya no hay vuelta atrás. Mira, tienes que correr lo más rápido posible hasta esa piedra, y si al llegar te digo "¡corre!" tú sigue corriendo, pero si te digo "¡para!" tienes que frenar en seco porque habré visto algo que no me guste en el ala. Vale (¿vale? Ay madre mía, ¿y si me caigo antes de llegar a la piedra? ¿y si al llegar a la piedra me dice "para" y yo no puedo parar o me resbalo y el viento nos eleva y salimos volando con un problema en el ala?)... "¡Corre!".

Y eché a correr colina abajo, sin resbalarme, sin caerme y sin pensar en la piedra. En seguida los pies se me levantaron del suelo y solo pude coger aire de la impresión (que estaba más en mi cabeza que en la realidad). No me esperaba que fuera a ser un despegue tan suave, aunque todos los pensamientos mal rolleros regresaron cuando me di cuenta de dónde estaba y colgada de qué. Por suerte el monitor me dio conversación en seguida y pude disfrutar de un paseo súper tranquilo, sentada por los aires, disfrutando de las vistas, sintiendo el frescor del Pirineo en la cara con un viento a 6845 kilómetros por hora. He de reconocer que como deporte de riesgo da tanto miedo como montar en pony. Hasta me sentía una abuelilla sentada cómodamente y avanzando despacito por el aire mientras sobrevolaba un Milano (para los que no lo sepan, como era mi caso, es un ave rapaz) y veía patos a lo lejos, en el pantano. Es impresionante sentirte como un pájaro, sin nada que se interponga entre la tierra y tú mismo. Claro, el vuelo así se hace incluso un pelín aburrido, así que me dieron algunas vueltas, cambios bruscos de dirección y aceleramientos... ¡Me río yo ahora de las montañas rusas!

Haciendo unos giros no muy fuertes... (para el monitor)

Sobrevolamos un pantano, un valle, un ave rapaz, un pueblo y aterrizamos tan suave que apenas me di cuenta de que estaba ya en tierra. Supongo que el aterrizaje depende de dónde estés, en mi caso fue sobre un campo de fútbol así que solo tuve que levantar las piernas y dejarme deslizar con el culo (que va protegido por una mochila casi tan larga como yo) un par de metros. Y después el ala del parapente cae delante de ti suavemente, te levantas y no tienes palabras para explicar la experiencia. Te dices que ha sido muy corto (yo pasé en el aire unos 15 minutos, pero me parecieron menos de 10), muy suave, muy emocionante (sobre todo con los giros), muy fácil, muy seguro y muy bonito.

Es una experiencia que sin duda repetiría y, aunque sé que no da miedo, ni vértigo, ni se grita, ni se sufre, seguro que volvería con nervios, pensando en la ladera que hay que correr, si me voy a caer, si las cuerdas tendrán un problema. Es gracioso pensar que la parte donde más adrenalina se siente (al menos según mi experiencia) es cuando todavía estás con los pies en el suelo. Sólo vuelas durante unos minutos, que se hacen muy cortos, así que no merece la pena pensar en que algo podría ir mal. ¿Cuántas veces puedes volar sintiéndote como un pájaro, disfrutando tranquilamente del paisaje? No merece la pena malgastar ni un segundo con miedo, el paisaje es demasiado bonito para eso. Se lo recomiendo a todo el mundo.

Sanas, salvas y felicianas después de aterrizar


Si estáis en este tema tan pez como yo, aquí van algunas aclaraciones en lo que respecta al parapente:

- No te tiras por un precipicio al vacío: corres por una colina y remontas vuelo poco a poco
- No da vértigo ni miedo. Lo único que da mal rollito es pensar que estás colgando de un trozo de tela a cientos de metros de altura. Lo mejor es obviar este hecho y disfrutar de las vistas.
- Todas las vueltas, cambios bruscos de dirección y emociones "fuertes" se hacen bajo tu consentimiento. Antes te preguntan y, si lo que quieres es disfrutar de un viaje tranquilo, basta con decirlo.
- Lo he descrito como un paseo de abuelos, porque al ser el primer vuelo nos lo hicieron muy tranquilo. Pero claro, ellos se adaptan al gusto del consumidor, si quieres marcha... bajas rapidísimo con tanto giro y con esa impresión de tener el estómago al revés. Pero si no, es muy agradable y relajante.
- Al parecer hay muchas "federaciones" que no son legales, así que antes de ir aseguraos de que están inscritas en donde corresponda, certificando que todo está en regla.
- Ellos suelen aconsejarte qué ropa llevar, pero por lo general se necesita: ropa abrigada, botas de trekking o deportivas, gafas de sol (nosotras no las echamos de menos, por ejemplo) y guantes.
- Se puede utilizar una cámara de fotos propia y, si no, los monitores suelen ofrecerte la oportunidad de contratar fotos que hacen con sus cámaras Go Pro. Claro que si tienes una, eso que te ahorras.
- El parapente, como la mayoría de deportes de este tipo, es bastante caro... (digamos que tirarse desde 1000 metros cuesta alrededor de 90€). Por eso es interesante buscar en Groupon ofertas que lo hagan un poco más asequible si no sois unos ricachones.
- Si estáis pensando en practicar un deporte de riesgo pero no queréis empezar demasiado fuerte, ¡el parapente es la respuesta!

Y dicho  esto solo me queda desearos...

 

                       


¡Buen vuelo!

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